martes, 29 de diciembre de 2009

Carmencita

Estaba rechoncha de hojas de fuego cuando mi novio me la regaló. Parecía un arbolito de navidad por los colores: las hojas rojísimas, la maceta verde con honguitos blancos y rojos. La bauticé Carmencita.

Quedaba hermosa sobre la mesa del comedor. Cuando comía, la bajaba a un banquito. Si bien había lugar para las dos, me daba cierto pudor comer con la planta sobre la mesa al lado de mi plato. Tal vez no quería que sientiera miedo de que le arrancara un par de sus numerosas hojas para hacerme una ensalada.
Después de comer, la volvía a poner sobre la mesa.

Desde la mesa me saludaba. Podía jurar que sonreía cuando entraba a casa después del trabajo y pisaba descalza el piso de madera. Su color rojo era un tono más que convertía en verdadero hogar las paredes blancas, los libros mudos, los muebles de madera y el biombo de mimbre.

Con el correr de los días comenzó a perder sus primeras hojas. Caían mustias y retorcidas en la tierra, y algunas rebotaban y quedaban sobre la mesa.

Leí que las estrellas federales necesitaban mucha luz y fresco. Así que opté por pasarla al lado de la cama, junto a la ventana. Sus hojitas rozaban con la cortina de voile blanco. Aunque, según lo que leí sobre feng shui, no hay que tener plantas en la habitación. .

De todos modos, también quedaba hermosa ahí, en ese rincón de la casa. Le dio un toque efímero de calidez. Porque alguno que otro retoño nacía, pero ya no era una planta rechoncha, sus hojas caían como hemorragia en el pasillo. Y podía contar claramente las ramitas escuálidas.

Sabía que no es bueno andar cambiando a las plantas de lugar pero igual la cambié al lado de la ventana de la cocina. Ahí había más luz todavía. Tendría que estar bien.

Sin embargo, la planta cada vez estaba más y más flaca. Mi novio se ofreció para llevarla a su casa y cuidarla hasta que mejore. De ninguna manera. La iba a cuidar yo. Dentro de mí pensaba: ahora se me mueren las plantas, qué hay en este ambiente? Me preocupé.

Los regalos, a veces, son como una indicación de la relación con la persona que te los regaló. Si gustaba el regalo era buena señal. Si había un distanciamiento después del regalo, no era tan buena señal. Y si el regalo se moría, mejor ni pensarlo. Sobre todo cuando las otras plantas de la cocina gozaban de perfecta salud, independientemente de mis esporádicos riegos.

Mientras tanto, las hojas seguían cayendo. Blandas, retorcidas, mudas.

Cada vez que pasaba cerca, le tocaba un poquito el tallo. Estaba firmemente agarrado a la tierra. Lo inspeccionaba de cerca. Seguían naciendo retoños.

Pensé que tal vez la energía del reiki podría ayudar. Como también se le puede dar reiki a las plantas, Carmencita fue mi primera paciente del reino vegetal.

Pero nada.

Debe ser por la frustración, pero no sé cómo me distraje por un tiempo de Carmencita. La regaba, le hablaba un poquito, pero dejé de obsesionarme con ella. Salía al trabajo, regaba los potus, las aloe vera. Me preparaba el té. Cocinaba. Colgaba la ropa que rozaba un poquito sus ramas. Y simplemente me olvidé. Quería olvidar que no es lindo tener una planta moribunda que da retoños en tu cocina.

Hasta un día. Un día cualquiera en que la miré. Las hojitas habían comenzado a crecer, poblaban los tallos. Pero estaban raras. Ya no daban la forma de arbolito a la planta, no se suspendían con envidiable gracia hacia los lados. Estaban todas de cara a la ventana, triunfantes, como apoyando las manitos en el vidrio, bebiendo toda la luz.