sábado, 3 de julio de 2010

Copo

El enemigo acecha. El miedo te patea el talón de Aquiles. La angustia te mete los dedos en la garganta. Tus ojos no pueden ver más allá de las pestañas. Tenés hambre. El estómago se anuda en las rodillas mientras el corazón te enferma la sangre que llega hasta tus dedos. Esto es una calle cortada por un bache inundado por la lluvia y vos con zapatos nuevos. Te espera algo peor que la muerte, algo menos definido e incómodo. Cerrás los ojos. No podés defender tu destino. No lo podés mirar a los ojos. No creés que sea tuyo.



Pero cae un copo de nieve.

El primero.

Se desliza por el aire, minúsculo, sus puntas podrían ser destruídas ante la sola presencia del bache, con una sola mirada tuya.



Aterriza sobre el párpado. Se acunan las aristas frescas entre las pestañas.



Silencio.



Era verdad, cuando cae el primer copo de nieve todo se silencia.



Otro copo. Y otro copo. Y otro con forma de estrella. Y otro como un castillo de cristal, otro con acículas de hielo.



Algo frío se cuela entre los dedos de los pies. Cosquillas.



Sacar la lengua para tocar los copos es algo que siempre quisiste hacer.



Está detenido el tiempo.

Tus zapatos están relucientes.



Para cruzar el bache, te tendrás que ensuciar.

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