domingo, 7 de febrero de 2010

Murgas en el corso de la avenida San Juan

De ese lado del vallado.
Bailan vestidos de gala, revolean las piernas. Sacuden los hombros con ganas, el sudor atraviesa las caras sonrientes. Tocan bombos y platillos. Un joven con voz más gruesa que la permitida para su edad, canta como arrabalero. Bordaron con brillantes sus íconos, una suerte de insignias de guerra: el Gauchito Gil, Tweety, nombres de seres queridos, corazones, Maradona, el escudo de Platense, el de Independiente, el de Vélez, el Mono Mario, la Virgen María, Homero Simpson, el pato Lucas, y muchos otros más.

Ahi nomás, del otro lado de la valla.
Hay viejos con trajes de lentejuelas, viejas gordas llenas de brillo, vida y bizarra sensualidad, adolescentes, adultos y niños tan chiquitos que casi no les salen los pasos. Todos se dan licencia para entregarse con inocencia a un baile que me recuerda a pasos muy primitivos, lejanos del cemento de hoy, cercanos a la tierra.

De este lado del vallado.
Nosotros bailamos al compás, miramos los bordados y a los niños chiquitos. Aplaudimos junto con todos los que también están mirando. Cada uno aprecia lo que le conmueve más. Soñamos a nuestra manera, intentamos transformar una mañana gris en noche estrellada. A nuestras espaldas chicos y chicas se tiran espuma en aerosol, y también nos tiran a nosotros.

Es una bendición encontrar lo que te entregue a la inocencia gozosa, al disfrute hasta la médula, ahí, donde el corazón late, y ni las arrugas ni el tamaño cercenan el ritmo.

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